La semana pasada pude escuchar unos temas dados por el
Ps. Sixto Porras en el Encuentro de Líderes (por cierto muy buenos y concisos). Y en uno de sus temas tocó la archiconocidísima parábola del
"hijo pródigo (Lucas 15:11-32)", estuve a punto de pensar "otra vez?", pero resultó bueno verlo desde otra perspectiva... la perspectiva del Padre.
Y es que (casi siempre) cuando hemos hablado de este tema en las reus juveniles, uno tiende a enfocarse en el hijo y en su proceso de arrepentimiento, y no en el padre que sale corriendo a recibirlo al final de la historia. Pero esta vez, mientras el pastor daba el tema, empecé a recordar rostros de varios jóvenes que han crecido en la iglesia y que por alguna razón ahora ya no están. Bueno, explicaciones deben haber, pero pensaba en como yo los he convertido en
pródigos, y es que al etiquetarlos como
"los que perdimos" me he resignado a no verlos más. Es extraño, pero ahora los llamo para saber por qué no vinieron al culto y no para preguntarles cómo están, cambié mis oraciones por un
"Señor cuídalo en dónde esté", no sé si copiarles la publicidad de las reuniones porque creo que será en vano, me pongo triste cuando sus padres me cuentan que ya no saben cómo ayudarlos, o me angustio cuando cometen errores que tantas veces les advertí en vez de ponerme a pensar que Dios tiene grandes planes para ellos. Pero entonces el pastor mencionó un texto q animó mi corazón...
"No llores más, ya no derrames tus lágrimas, pues tus penas tendrán su recompensa, tus hijos volverán... Yo, el Señor, lo afirmo. (Jeremías 31:16-17)".
Y aunque es cierto que esos jóvenes no son mis hijos, los llegas a amar como tales.
Así que para los que entienden esto de amar a sus
pródigos, recuerda que aunque no puedes forzar su voluntad u obligarles a no equivocarse, puedes confiar en que Dios es fiel y los traerá nuevamente...tú sólo prepara el abrazo!
La Bechi